Viejos recuerdos de un calamar

Rebuscando por mi diario encontré una hoja muy bonita de Ginkgo biloba, y este texto. ¿Lo recuerdas?

Dile que estoy surcando los siete mares porque se me ha escapado mi mascota, el calamar Alfonsito, que busca a sus hermanos para que no acaben en un rebozado.

Dile que trataste de impedirme salir en barco, pero se te rompió la correa y salté la valla electrificada del jardín, poco tardé en conseguir un pasaporte falso para cruzar la frontera bajo la protección de tuk-muj, el indio amazónico que salvé de una anaconda años atrás bajando las cumbres perdidas de El Dorado.

Alucino con tu capacidad de invención.

Eso dijo el joven piloto alemán perdido con su hidroavión en la ribera cuando saqué esa vieja cura contra las moscas tse tse que yo mismo fabriqué a base de saliva y sabia de ayahuasca.

Asombroso¡ gritó alborozado cuando al instante de verlo sobre la picadura vio como esta perdía su virulento aspecto. Más tarde, a la noche, a la luz de la hoguera me contó historias cómicas sobre su dresde natal y su amada Hanna.

Parece tan pequeña en la foto sepia... ahora viaja con su madre en un barco vapor, que agradable ha de ser pasear por la cubierta...

Al amanecer este simpático piloto se ofreció a llevarme más allá del Orinoco, eso me desviaba del itinerario prefijado.

Sobre mi pesaba la pesada carga de la duda: seré capaz de cumplir la voluntad del viejo escocés?


Cuando lo dejé, supe que sus palabras eran ciertas, que quería que fuese yo quien buscase el último pergamino del museo que quiso construir.

Y allí donde él pensaba emplazar su museo, a los pies de los highlands más septentrionales se iba palideciendo su piel y ensuciándose su voz. Era la vejez implacable que se cernía feroz sobre mi amigo.

En otros tiempos tenía una voz clara y chillona, que era un auténtico incordio en la taberna, pues con su titubeo de erudito llegaba a colapsar la inmensa y brava algarabía de los leñadores. Estos le decían: cállese doctor, o pague otra ronda¡

No se de que importante tema trata ese pergamino, pero por el momento ya han muerto más de 3 hombres en su busca, y no se bien si algo me hace diferente a ellos.

Si hay algo, y es quizás que yo ahora lo busco en círculos concéntricos, y un día aquí, otro allá, pese que conozco el paradero de este objeto me paseo por este continente. Y de tanto dar vueltas me he quedado hipnotizado.

Al sobrevolar las ruinas que vi desde el aeroplano tuve uno de esos momentos sublimes en los que entiendo m ás allá del lenguaje. Percibí las formas geométricas deboradas por la vegetación y recordé los bloques grises de mi ciudad natal... Caramba, el ser humano hace cosas increíbles.

Es capaz de crear estructuras habitables perfectamente geométricas, es incluso erótico para un arquitecto ver su obra terminada: tan erecta, tan rígida y altiva, y tan proporcionada. Sin embargo, pasa la primera impresión y se hace frío, incluso agresivo a su ambiente.

Qué inferior es el hombre irregular, corrupto y finito... por eso colocamos plantas anárquicas que decoran el alféizar, por eso cada vecino coloca diferente puerta, felpudo, cortinas... ya lo entiendo, es para hacer más natural al bloque habitable y recordar que la naturaleza existe y que podemos permitirnos ser tan salvajes como los árboles y no hemos de ser tan rectos como los entes de ladrillo.

Ellos son perfectos.

Le comenté esto al piloto y dijo algo que no entendí. Seguro que él sabe algo de esto, no obstante es un hombre pájaro y no un hombre vulgar.

Una semana más tarde conseguimos salir de la taberna-posada que nos sedujo desde que atamos la aeronave en un puerto infestado de mosquitos.

Era la tasca más genial que mis ojos han visto. Todo era jaleo entre desconocidos. Unos eran tratantes, otros eran indígenas domesticados y siempre presente el alcohol y las mujeres.

Estas mujeres del establecimiento eran inmunes tanto al alcohol como a los mosquitos.

Escucha esto, dijo Hans:

Cuando ellas beben no llegan a embriagarse, mira, los mosquitos les pican y se llevan el alcohol que les sobra ¡

Aunque Hans reía mucho y bebía más, yo sabía que deseaba que llegase octubre para ir a por sus mujeres. Qué lento es el barco ¡

Y un día le vi muy alterado divagando sobre el tipo de hombres que viaja en barco y de como es común en esas travesías ostigar a las mujeres solteras (o que lo parecen) como si fuesen sátiros.

Una de esas mujeres inmunes le consoló diciéndole que no temiese nada malo. Lo malo fue que lo hizo delante de todo el bar y se dio a conocer como el piloto llorón. Esa es una buena razón para salir de esta nube de mosquitos y cruzar nubes blancas.

Pero las nubes que cruzamos en la ruta del llorón eran más bien grises. Y ahora la vegetación era de un verde más oscuro y siniestro ahí abajo. Yo también tuve ganas de llorar al ver todo tan gris y tan salvaje abajo.

No podía dejar de pensar que mi calamar anda solo por ahí buscando a sus hermanos, y si es impresionante el verde ejército de árboles, no es menos triste y desguarecido el mar de mi calamar.

FBR

Comentarios

Gerard Moret ha dicho que…
Me ha encantado, qué surrealista
Unknown ha dicho que…
Me alegra que te haya gustado, a mi me encanta. Lo escribió Fer en un momento de inspiración por el messenger.
Unknown ha dicho que…
Qué lejos queda todo esto, y qué irreal parece ahora. Dónde estará aquel calamar que yo conocí, del cual me enamoré perdidamente...